VENCE, ROMPE CADENAS DE ANSIEDAD

VENCER LA ANSIEDAD, DEPRESIÓN Y ANGUSTIA

PROYECTO LUZ ON LINE

Ansiedad Angustia Proyecto Luz On Line
La biblia enseña vencer ansiedad y angustia
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‘’ AUNQUE LA HIGUERA NO FLOREZCA, NI EN LAS VIDES HAYA FRUTO, AUNQUE FALTE EL PRODUCTO DEL OLIVO Y LOS LABRADOS NO DEN MANTENIMIENTO, Y LAS OVEJAS SEAN QUITADAS DE LA MAJADA, Y NO HAYA VACAS EN LOS CORRALES, CON TODO YO ME GOZARÉ Y ME ALEGRARÉ EN EL DIOS DE MI SALVACIÓN.

 
JEHOVÁ ES MI FORTALEZA, EL CUAL HACE MIS PIES DE CIERVA Y ME HACE ESTAR FIRME SOBRE LAS ALTURAS. ’’
 
(HABACUC 3:17-18)
 
 
Desde mi más tierna infancia recuerdo haber oído siempre hablar de Dios, de la ‘’Santísima Virgen’’, y de todos los Santos, y del Purgatorio…y sobre todo de que si me portaba mal Dios mismo se encargaría de mi, y me castigaría. Y que los vagabundos, los borrachos, los que iban sucios por las calles, ésos… de ninguna manera entrarían en el cielo. Su forma de vida en sí misma era su propio castigo por haberse portado mal.
 
Y así crecí yo. Con un temor y  un casi terror a todo, totalmente inexplicable. En casa todavía era peor, nunca había cariño, nunca se pedía perdón por nada, nunca ´´sobre todo en nuestra infancia`` nos abrazábamos o nos besábamos como familia que somos. Mi padre, quien ya murió hace muchos años, tan sólo me dio dos o tres besos en su vida. Nunca jugaba conmigo, nunca me preguntaba y nunca me escuchaba. Él era el que mandaba, el que traía dinero a casa, y el que trabajaba de sol a sol para que no nos faltara nada. Con mis hermanos tomó la misma actitud. Ahora sin embargo, se, que él también nos amaba, y que también se preocupaba por nosotros. A él también le educaron así, autoritario y dictador.

 
Y en el fondo de mi corazón, pensaba que Dios, del que yo oía hablar, y del que se hacían largas procesiones y rituales, también era así: Distante y lejano, observando y sin hacer nada. Y a medida que fui creciendo, la vida me llevó por situaciones buenas, y pésimas. La adolescencia fue como la de cualquier otro joven de mi edad; sólo rebeldía y protesta. Lo peor de todo fue, que mi corazón no sabía amar, ni pedir perdón. Sabía perfectamente lo es odiar, odiar con todo tu corazón, y vengarme en cuanto tenía la más mínima oportunidad. Ver cómo la persona que me había herido, yo podía herirla aún más. ‘’ Mi orgullo tenía que quedar restablecido, me decía’’.
 
Pero a los 25 o 26 años aproximadamente, un cúmulo de desagradables circunstancias, hicieron que mi vida comenzara a tornarse vacía, sin salida, sin propósito, sin alegría. Dejé trabajos, dejé amigos y me quedé sola. Y entonces me encerraba en mi habitación. Ése era mi refugio, mi castillo…Donde pensaba y meditaba en lo mal que había gastado mi tiempo, y con un sentimiento de culpa tan grande…
 
Yo no sabía pedir perdón, así que ¿Cómo pedir perdón por el daño causado?, y ¿A quién? Algunas de ésas personas ya no estaban en mi vida, por ejemplo mi padre. ¿Cómo sanar las profundas heridas que tenía en mi corazón? ¿Quién podría ayudarme? ¿Una vidente quizás? Paralelamente a todo esto, y en medio de este ´´lodo cenagoso`` (salmo 40) comencé a escuchar un programa en la radio que hablaba de Dios, pero de un Dios vivo y real, cercano, distinto a lo que yo había oído siempre…Y dispuesto a perdonarme y comenzar de nuevo.
 
Fueron dos años o quizás más, llenos de preguntas y de lágrimas, de muchas lágrimas, donde sin saberlo lo que estaba haciendo era acercarme a Jesús. Hasta que una noche por fin, le entregué mi vida al Señor. ¡Era tan feliz! Me sentía viva, mi sentimiento de culpa había desaparecido, sonreía y una inmensa paz ocupaba todo mi corazón ahora. Podía dormir por las noches, sin ese miedo que siempre me acompañó. Estaba deseando contarle a toda mi familia. Cuando ellos supieran…vendrían corriendo a buscar a Jesús también, y ahora por fin íbamos a ser una familia. Esa familia que nunca fuimos…Todo cambiaría
 

¡Qué lejos estaba yo de ni si quiera imaginar lo que me esperaba! Al poco tiempo de mi encuentro con el Señor, comencé a asistir a una iglesia donde se predicaba y exaltaba a ese Dios vivo y real que yo estaba conociendo. En casa pronto se dieron cuenta de algunos cambios en mí, y al principio no dijeron nada; sólo me observaban. Hasta que llegó el día en el que les testifiqué. Yo siempre fui ‘’la niña’’ para ellos, pero de ahí a la reacción que tuvieron…
 

No sólo no me escucharon, se rieron y se mofaron, se burlaron con toda clase de comentarios, y aquel con el que siempre había tenido una relación más estrecha, fue el que más daño me causó. Se apartó de mí, me interrogaba constantemente, y en definitiva logró hacerme la vida muy difícil. Yo estaba aturdida, no entendía, y en la intimidad de mi habitación, cuando oraba le decía al Señor: Padre ¿Por qué? Y ¿Sabes? Podía sentir su calor, su cariño y su abrazo…una paz muy profunda dentro de mí me hacía entender que Él estaba a mi lado.

 
Según pasaban los días, empecé a tirar a la basura mis libros de horóscopos, de magia, de amuletos, la figura de un ‘’Cristo’’ sentado en un trono, y muchas más cosas que ya pertenecían al pasado. Seguía mi camino con Jesús. Leía su palabra, y especialmente me gustaba y me gusta escuchar alabanzas. De repente era como si todo lo que leía o escuchaba tomara sentido para mí, y lo entendiera perfectamente. Por esa época, más o menos, mi madre cayó enferma. Fue un duro golpe para todos. No estábamos preparados. Nadie está preparado para una enfermedad. Diagnóstico: Alzheimer. Ver y aceptar la realidad que teníamos delante de nosotros y que la vida era así de cruel…fue muy duro.

 
No podía estar sola, no se aseaba, ni comía solo tampoco, ni coordinaba sus pensamientos. Un roble como ella, quien jamás había estado enferma, nunca se había quejado de nada, sino que siempre fue un ejemplo de servicio y de entrega… Ahora ese ‘’roble’’ no valía para nada.Y yo pensé que ‘’sólo” era mi responsabilidad, y de nadie más tener que cuidarla, levantarla y de más. Me la llevaba de paseo, le daba de comer, y jugaba mucho con ella. Nos reíamos mucho. Era tan frágil, que ¿Cómo no me iba a hacer cargo yo?

La actitud de mis hermanos fue la del avestruz, escondiendo la cabeza debajo de la tierra. Y en ésos días, en esos largos días de estar a su lado, de tragarme una y otra vez las lágrimas, fue cuando el Señor me enseñó y me mostró que además de mi Padre, era mi hermano y mi mejor amigo. Le hablaba y le contaba cómo me sentía de la misma manera que lo hacía con una hermana de la iglesia. En mi corazón, en lo profundo de mi corazón le cantaba alabanzas. Ahí, de una manera aún pequeñita, pero comprendí también lo que dice su palabra en el Salmo 23: ‘’Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. ’’

 
Pasado el primer impacto de esta realidad, la relación con mis hermanos empeoró en todos los sentidos. Todo les parecía mal, y su única pregunta era: “¿Dónde está  tu Dios ahora?” Fue muy triste ver, cómo no sólo conmigo, sino entre ellos se perdían todo el respeto y toda la dignidad. Yo vivía con dos de ellos a los que llamaré “B” y “D”. Primero fueron los insultos, luego las amenazas entre ellos; conmigo, con todo. A la única que respetaban era a mamá. Era tan dulce y tan indefensa, que contra ella no arremetían. No podían. A pesar de su comportamiento ellos la amaban profundamente.

 
A través de los 6 años que duró su enfermedad, yo sólo vi el amor en la expresión de sus ojos que permanecieron abiertos. Esos ojos que contemplaron durante toda su vida grandes situaciones a las que supo hacer frente; esos ojos que se llenaban de ternura cuando observaban a esos dos pequeñuelos correteando a su alrededor para ir a besarla. Esos ojos ahora, a pesar del deterioro de su cuerpo, no habían perdido su expresividad de amor.
 
Como decía, con tanta tensión acumulada en el aire, la convivencia era muy difícil. “D” era el peor de todos. El más frágil quizás, el que pero había encajado este golpe de la vida, y con un gran de historial de delitos y fechorías, todas producidas por el alcohol y otras sustancias. Siempre robaba en casa o en la calle. Le daba igual; lo necesitaba, y eso era lo único que le importaba. Pero, ¿sabes? El Señor siempre me enseñó a amarle y a perdonarle de una manera especial. Nunca le guardaba rencor, ¡No podía! Jesús siempre me hacía verle como Él le ve, en necesidad. Debajo del ogro que era, había un corazón que también reclamaba amor y ayuda. Jesús también le amaba a él. Y si Jesús le amaba, de tal manera que se dejó crucificar en aquella cruz del calvario, ¿Quién era yo para no amar y no perdonar, aún por encima del dolor y la herida?
 
Cuando venía bebido, entonces comenzaba a golpear las cosas, y a tirarlas o a romperlas. Recuerdo que mamá dormía, nunca se despertó a causa de su ruido. ¡Era curioso! Sin embargo, yo siempre aguardaba despierta hasta que llegaba, y desde mi habitación le oía acostarse. Oraba por él. Y el Señor me hablaba. El Espíritu Santo me hablaba, podía sentir su silbido apacible en lo más profundo de mi ser decirme: “No temas, yo estoy contigo, siempre te cuidaré, siempre te sustentaré” (Isaías 41: 10)

 
Pero a los pocos meses de esta horrible tormenta, las cosas empezaron a cambiar. El ambiente en general era bastante calmado, y eso me producía mucha tranquilidad… Y aunque mamá estaba como estaba, en casa con nosotros, yo supe organizarme bien. Limpiaba. Cocinaba, trabajaba, y no dejé de ir los domingos a la iglesia. Pero desgraciadamente, con tanto “ajetreo” diario, no tenía tiempo para orar. Interiormente pensaba que lo peor ya había pasado, y como Dios era mi Padre, Él no iba a permitir que me pasara nada más. No leía la palabra tampoco. No podía, ¡Estaba tan cansada! Pero Jesús me amonestaba y me decía: “Vela y ora” ¿Y cómo sabía yo que el Espíritu Santo me amonestaba a leer su palabra o a orar? Porque dentro de mi corazón, en lo más profundo podía oír su voz. Y desgraciadamente, una vez más tuve que presenciar una escena marcada por la rabia, el dolor y el odio en su expresión casi casi máxima.
En la noche del 6 al 7 de enero del año 1997, alrededor de las 3:30 de la madrugada, “D” llegó completamente embriagado y con claros signos de haberse tomado algún estupefaciente; venía de tal manera que ya desde el portal se le oía, y el subir las escaleras dando tumbos de un lado para otro. Yo, que no había dormido mucho esa noche, me terminé de despertar súbitamente. Mi corazón se encogió de temor. Solo sabía estar acurrucada entre las sábanas de mi cama.
 
Cuando entró en casa, comenzó a dar golpes a todo cuanto había a su alrededor. Después la emprendió a golpes con “B” y aquello se convirtió en una batalla campal. Recuerdo que entonces fue cuando me incorporé a la cama, y entre sollozos y lágrimas, sin saber reaccionar muy bien a lo que estaba viviendo, escribí en un papel que encontré: “ EL SEÑOR ES MI FORTALEZA, MI BANDERA, MI TORRE FUERTE”. Al instante salí y llamé a la policía. Lo que siguió a continuación no fue otra cosa sino golpes y más golpes entre ellos; puñetazos, insultos, objetos rotos…mamá mientras tanto dormía. Ella no se enteró de nada, ni siquiera cuando vino la policía para separarlos.
¿Cómo describir lo que pasaba por mi mente en ésos momentos? Fue como sentir que Dios mismo me había abandonado a mi suerte y a mi merced. Ésos sentimientos que viví aquella noche, no se pueden explicar con palabras, porque no hay palabras para describir algo tan horrible. Sobre todo porque los dos eran mis hermanos. Los dos se habían querido mucho, siempre habían estado juntos…Y ahora ver tanto odio reflejado en sus miradas, era como percibir aún sin entender que el infierno entero se estaba riendo de mí.
 
Al amanecer cada uno de ellos, por fin se acostó. Fue entonces cuando volví a buscar al Señor, para preguntarle. Y su paz, su preciosa paz volvió a inundar mi corazón. “Padre ¿Por qué?” le preguntaba,” ¿Por qué no lo has impedido?” “Tú tienes todo el poder, y sin embargo has permitido que esto tan horrible ocurriera…” Y el Señor con su infinita paciencia y ternura me mostró: “Has dejado de orar como te enseñé, y mi palabra dice: orad sin cesar. Te enseñé también que vuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra principados y potestades de las tinieblas” (Efesios 6:12).
 
Y Dios me llevó a un pasaje de la Biblia (Lucas 11:26) donde se habla del espíritu inmundo que sale del hombre, y anda por parajes secos sin saber a dónde ir, y entonces piensa y decide volver al lugar de  donde salió, con otros siete espíritus más y peores que él, puesto que ésa casa está barrida y adornada.
 
Puedo asegurar que desde entonces no he vuelto a ser la misma. Ha habido un antes y un después en mi relación con el Señor. Me convertí en una mujer de oración, y comprendí y viví cada día lo importante que es para nuestras vidas buscar su dirección, su presencia, su mirada, su sabiduría, su consuelo y su abrazo. A partir de aquel día me levanté temprano, casi al alba para estar a solas con el Señor, tranquila y sin ruido, y allí en bajito oraba y buscaba su rostro.
 
Muy pronto tuve que dejar de hacerlo en casa, puesto que no sé de qué manera se enteraron, pero lo hicieron y otra vez hubo toda clase de impedimentos. Pero yo estaba decidida a buscar mi tiempo de oración, y si en casa no podía, buscaría la manera. Y eso fue lo que hice. Hablé con mi pastor, y no sólo me apoyó, sino que me animó a ir siempre que quisiera a orar allí, a la iglesia.
 
La palabra de Dios dice: “Y sabemos que a todos los que aman a Dios todas las cosas les ayudan para bien”(Romanos 8:28).
 
Eso es exactamente lo que ocurrió, una puerta se había cerrado pero Jesús había abierto otra más grande. Mientras, en este tiempo, mamá comenzó a asistir a un centro de día; un lugar donde la cuidaban y la atendía prácticamente durante todo el día; desde las 9:00 de la mañana hasta las 18:00 de la tarde. Aquello supuso una liberación para todos. Podíamos salir a la calle sin estar pendientes de quién se quedaba con ella, y cómo se quedaba, podíamos dormir unas horas sin temor a que falleciera sin nosotros nos enterásemos…Fue. Sencillamente un descanso.
 
Ahora ya, nos organizábamos, y cada día uno de nosotros la levantaba, la arreglaba y la llevaba al centro. Y luego por la tarde la recogía, cenaba pronto, y se acostaba hasta el día siguiente. Todo esto me permitió a mí buscar al Señor, ir a la iglesia y poder orar, leer su palabra de una manera mucho más abundante. Ésos días ¡Tantos días! Fueron ¿Cómo decirlo? Quizá la manera más real y cercana de conocerle a Él. Sólo estábamos el Señor y yo, y allí, delante de Él no podía esconder nada, tanto lo bueno como lo malo.
 
Poco a poco me enseñó cómo era yo, con todo mi pasado aún arrastrándome, y como Él quería cambiarme. Como el orgullo, la arrogancia, la impaciencia, la vanidad, el resentimiento…  ya no podían formar parte de mí. En Mateo 7:17, nos dice: “Por sus frutos los conoceréis”, ¿Qué clase de fruto quería dar yo? Para eso tendría que dejarme moldear y tratar por El.
 
Ahora sé que ese tiempo de espera y de aprendizaje era absolutamente necesario en mi vida. Recuerdo que había momentos en los que el corazón parecía que se me saliera del pecho de tanto gozo, y de tanta alegría, como cuando fui bautizada en el Espíritu Santo.  Fue un regalo Tan maravilloso...o por el contrario esos otros momentos en los que el corazón parecía que se me rompía en mil pedazos. Ahí en medio de ese dolor, puedo aseguraros que Jesús mismo me levantaba y llevaba entre sus hombros. Vendaba cada una de mis heridas, y su voz apacible, casi como un susurro volvía a decirme: “YO TE AMO, NO TEMAS. SOLAMENTE ESFUERZATE Y SÉ VALIENTE, Y YO IRÉ CONTIGO A DONDE QUIERA QUE TU VAYAS” (Josué 1:9).
 
Y el tiempo siguió transcurriendo con esa velocidad tan tremenda, que nos recuerda que cada minuto que perdemos en tonterías, jamás lo recuperaremos. En casa la situación era muy tensa. No había ninguna relación entre nosotros. Cada uno hacía su vida. Solo nos hablábamos lo imprescindible y relacionado con mamá. “D” siguió bebiendo, y cada vez lo hacía de una manera más tremenda.  Todo el dinero que tenía, el que no guardaba en el banco, por poco que fuera, siempre lo llevaba guardado dentro de mí. Siempre robaba, siempre nos quitaba algo, siempre iba a vender algo.
 
Como he dicho antes, yo no podía sentir odio ni resentimiento por él. Solo sentía compasión;  Simplemente tenía que mirarle a los ojos para darme cuenta de la cárcel en la que se encontraba; simplemente tenía que mirarle a la cara ver cada una de las cadenas que lo envolvían. “Fuera, fuera… No quiero verte.  ¡Vete de esta casa y no vuelvas!  “Si no te vas, te voy a matar”. Te han lavado el cerebro, así que vete con los de tu secta…”  Y así, bien de día y de noche, tenía que salir a refugiarme a otro lugar.  Casi siempre iba a casa de mi hermano, el mayor, pero al día siguiente me volví otra vez a mi “lugar”.
 
En medio de esa realidad, aprendí una canción que se convirtió en todo un símbolo para mi, y que dice así: “Dulce refugio en la tormenta es JESUCRISTO el Salvador. EL me Alienta y Alimenta con su Palabra y con su Amor. Vengo a repostar en él, porque es mi Amigo Fiel.  Una poderosa y fresca Unción llenará mi corazón…”.
 
¿Lo habías oído alguna vez? Cuando te encuentres en alguna situación en la que nada tiene sentido, entona esta canción, y entonces comprenderás que su Paz y Su Descanso siguen siendo reales en tu vida... Toda esta situación estalló el día 22 de mayo del año 2000. Recuerdo perfectamente que sobre la seis de la mañana de ese mismo día “D”, había venido de la calle bebido, y comenzó a dar gritos y a insultar. “B” le respondió, y al final todo como siempre: Gritos y más gritos, insultos y más insultos.  Esta vez mamá sí estaba levantada, y yo también lo hice enseguida, para que no pudiera pasarle nada.  Su grito una vez más enfrente de mí, me hacía comprender todo lo que había consumido. “¡Y tú te vas, si no estás a gusto te vas!”, “Me da igual lo que me digas”.  – le respondí,” Tu me importas, y yo te quiero”.  “D” me respondió: “¡Eso es mentira!, ¡Tu nunca me has querido, nunca te he importado, eres una mentirosa….!-”.
 
Desgraciadamente eso formaba parte de mi pasado, y de mi relación con él. Cuando yo estaba en el “mundo”, estuve años sin dirigirle la palabra. Aún conviviendo juntos, y le hice sentir el ser más despreciable que hay en la tierra, solo porque le odiaba.
 
Sobre las 6 de la tarde, fui a casa de mi hermano el mayor. A mamá se la habían llevado para allá. Sin saber muy bien como o porqué, se entabló una discusión entre los dos, y recuerdo que pensé: “Señor, no puedo más. Me ahogo. Sácame de aquí, por favor”. Y en un momento después, me vi a mi misma, como si de una película se tratara, abrazando a mamá y despidiéndome de ella.  Esta a su vez, agarrándome para que no me fuera, y mi hermano gritándome que saliera. Cuando salí a la calle, me eché a llorar, ¿qué iba a hacer? Recuerdo que llevaba en una bolsa un cepillo de dientes y un camisón. Tenía trabajo sí, pero entonces ganaba limpiando una casa muy poco dinero.  
Cuando por fin me calmé, hice una oración: “Señor, Tu sabes lo que hay en mi vida y en mi corazón, porque Tu me conoces. Si estoy en tu voluntad, ayúdame, por favor,  Amen.” Para resumirlo en pocas palabras, diré que una hermana de la iglesia me abrió las puertas de su casa de par en par, y que al mes salí de “mi tierra y de mi parentela” sin saber a dónde iba. Encontré un lugar donde vivir, céntrico, amplio y luminoso, y por poco dinero. Además me salió tanto trabajo como asistenta, que tuve que rechazar algunos de ellos por falta de tiempo. Con mi familia, llamaba muy a menudo, para preguntar por mamá, y para hacerles comprender que yo no quería romper ninguna relación, pero que ahora había encontrado un lugar donde vivir, y yo lo necesitaba.  
 
Como cabe imaginar, solo había reproches y malas palabras. “Yo los había traicionado, así que, ¿para qué los llamaba?” Siempre tuve la sospecha de que al ver mi ropa y todas mis cosas que aún seguían allí, pensaron que a los pocos días volvería. ¿A dónde iba a ir sin nada?  “D” era el que más insistía en que les dejara en paz, y que no les molestara.  Incluso hubo alguien que, reprochando mi actitud, me dijo: “si mama se muere, la culpa será tuya, por haberla abandonado.”
 
A partir de ese momento, solo hubo silencio.  Un silencio tan grande en la casa donde vivía, que casi cortaba el aire.  Lo peor eran las noches. No la oía a ella, llamándome porque se había orinado; tampoco oía los insultos, los gritos, y lloraba mucho. Yo los amaba con todo mi corazón., y mi único deseo es que conocieran al Señor, pero ellos no querían saber nada de mí. En medio de aquel silencio tan horrible, en medio del desierto tan profundo buscaba a Jesús ¡oh! El sabe cómo le buscaba. Ahora le necesitaba más que nunca.
Y de repente, allí en su Palabra, estaban estos versículos:
“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo y los labrados no den mantenimiento… Con todo Yo me gozare y me alegraré en el Dios de mi Salvación, porque Él es el que hace mis pies de cierva y me hace estar firme sobre las alturas”.
 
¿Qué significaban éstos versículos? ¿Los podría aplicar a mi vida? ¿Era posible que aunque no hubiera “nada”, yo podría gozarme en el Señor? Os puedo asegurar que SI. Quizá en aquél momento no lo entendiera muy bien, pero ahora que han pasado unos cuantos años, otra vez digo que ¡¡SI!! Esa fue la anestesia que Dios usó en mi vida para poder soportar todo aquello. Mientras crecía en el Señor y prosperaba económicamente,”ellos” no querían saber nada de mí. Pero yo cada día los traía delante de JESÚS y oraba por ellos.
 
Al año aproximadamente de todo esto, tuve la oportunidad de verles…por unos días. Todavía no era bien recibida, pero al menos me dejaron ver a mamá. El día que fui estuve muy intranquila, ¿Cómo la encontraría?¿Se acordaría de mí?¿Cuál sería mi reacción? Sobre las siete de la tarde, llegué a casa de mi hermano el mayor, y lo único que hice al verla, fue abrazarla y llorar ¡Cuánto la había extrañado! Dudo que me reconociera, pero no importa, yo sí la reconocí. Su enfermedad había avanzado bastante. Ya no hablaba, no reía, sólo miraba perdidamente. Como decía, no fui bien recibida, así que las relaciones volvieron a cortarse. Pero ¿sabes? Su Palabra dice: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:17).
 
 
Y volvió a pasar el tiempo. Tan deprisa, que a veces no te deja saborear las pequeñas cosas de la vida. El Señor me bendijo con un trabajo mejor, donde estaba asegurada, y tenía un buen horario. En el mes de mayo del año 2003, volví a saber de mi familia. La casa donde habíamos vivido por más de 30 años la iban a dejar. Mamá ya no vivía con “B” ni con “D” desde hacía mucho tiempo, y no les interesaba tenerla, así que la dejaron. El reencuentro con ellos fue una mezcla de muchas cosas. Por un lado, una gran alegría con el mayor y su familia. Y mamá… ¡Volvía a verla! ¡Otra vez! Jesús me había concedido ese regalo maravilloso. Ésta vez si me reconoció, y me besó. Entre todos hablamos de muchas cosas, y reímos. Hacía mucho tiempo que no reíamos juntos, y fue una preciosa bendición de parte del Señor. En medio de esa conversación decidimos que me acompañaran a recoger mis “cosas” a casa de mamá. Sinceramente no quería llevarme nada. Sólo mis álbumes de fotos y tres o cuatro objetos muy personales. Lo demás ya pertenecía al pasado.
 
La tarde que volví a pisar aquella casa, después de tanto tiempo, sentí una gran pena por todo lo que ví, (la suciedad se amontonaba por cada rincón, no había comida, apenas había luz, los excrementos de una gata asaltaban por cualquier parte…era un gran estercolero, con un olor casi nauseabundo). Por otro lado, al pasear por el frío suelo y recorrer las habitaciones, recordé muchas cosas. Allí había conocido al Señor, allí había aprendido a hablar con ÉL, a tomar sus armas, allí mi vida comenzó a ser transformada como una vasija de barro en manos del alfarero (Jeremías 18).

Como dije antes, todo lo que había allí pertenecía al pasado, así que sólo me llevé las fotos. De regreso a casa de mi hermano el mayor, pasamos por un lugar del barrio donde sabíamos que siempre se juntaban los indigentes, los que vivían en la calle, esos que siempre estaban bebiendo sin hacer nada. Y de pronto le ví, allí estaba “D”. No quiso mirarme, no se lo esperaba y no supo qué hacer. Su aspecto era…como el de un indigente más. Me contaron que se pasaba así todo el día. En aquel rincón, con la misma gente y con la mirada perdida. Pero aún cuando iba a verle el mayor y su familia, entonces  se llenaba de alegría y de vida.

 
Podría seguir contando un sinfín de detalles, de momentos especiales, de tantas cosas…que pasaron y que nunca se me olvidaran. Mamá murió a los dos meses de aquél reencuentro, y puedo afirmar porque lo sé y estoy segura de ello, sin ninguna duda, que está con el Señor, y en el libro de Apocalipsis dice: “ya no habrá más llanto ni más dolor, no habrá enfermedad”, y lo mejor es que sé que algún día volveré a verla, y para siempre adoraremos al Señor. La relación con mis hermanos mejoró considerablemente con el paso de los días. Ahora me llaman, ahora me buscan, ahora…soy bien recibida.
 
Siguen sin compartir mi fe, pero respetan mis decisiones. En alguna ocasión he tenido la oportunidad de orar con ellos, “B” y “D”, siguieron caminos distintos. Mientras que el primero se estabilizó en su trabajo, en su casa, con su pareja, el segundo siguió viviendo por las calles. No quería estar sujeto ni a instituciones, ni centros, ni albergues, ni nada. Estuvo en la U.V.I., pasó frío, pasó necesidad sin tener por qué, pero no quiso salir de esa situación. Actualmente no sabemos siquiera dónde está. Se fue del último centro a donde le llevamos, en una ciudad lejos de aquí, y no hemos vuelto a saber nada.
 
Ahora ya han pasado unos cuantos años desde que conocí al Señor, y desde que viví en el desierto, pero si hay una palabra que pueda resumir todo este tiempo, esa es GRACIAS. Gracias a JESÚS en primer lugar, porque su fidelidad me ha acompañado cada día a lo largo del camino. Su diestra me ha sostenido hasta aquí, y su gozo ha sido mi fortaleza. Sin ÉL jamás hubiera podido perdonar en vez de guardar rencor.
Sin ÉL, sin JESÚS, mis heridas hubieran sido mucho mayores. Sin embargo, ÉL se preocupó de vendarme cada una de mis heridas. Y como no, GRACIAS a la iglesia, a los hermanos que han estado orando y siguen orando por mi y por toda mi familia. Gracias por sus abrazos, por su cariño, por su consuelo. Es recibir el amor de Dios a través de ellos. Sólo puedo dar gracias…Ahora le miro a ÉL y digo: “Aunque en la higuera no florezca…”
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